Comentario
El mes de julio marcó un punto de inflexión en la trayectoria de la República. El rumbo definido por las Cortes Constituyentes y la presidencia de Pi se resquebrajan, acosados por problemas de toda índole y sin apoyos sólidos en los que sustentarse. En efecto, a lo largo del mes emergen de forma acumulada todos los factores que inclinarán a la deriva la ya de por sí frágil plataforma política republicana. Estallaron sucesivamente los alzamientos cantonales y los sucesos de Alcoy, a la par que se extendió la guerra carlista y, en medio, la caída de Pi y Margall, que supuso un viraje a la derecha del régimen, confirmado ya desde la presidencia de Nicolás Salmerón.
Las masas federales que, afines al discurso de los republicanos intransigentes pretendían la proclamación y construcción inmediata de la federal "desde abajo", intensificaron el ritmo de las insurrecciones por toda la geografía nacional. En algunos lugares contaron con la ayuda de los internacionalistas, que conocían su máximo esplendor con cerca de 60.000 afiliados. Así el 8 de julio, en la localidad alicantina de Alcoy, se desató la revolución social. La huelga general se convirtió en insurrección, que tardó en ser controlada.
En Barcelona coincidieron múltiples conflictos republicanos e internacionalistas, que pusieron a la federación obrera barcelonesa en un complicado equilibrio.
Como consecuencia, la Internacional perdió en Cataluña el apoyo de ciertas sociedades obreras, que retornaron al cooperativismo reformista.
La cuestión del cantonalismo es todavía uno de los fenómenos más complejos del Sexenio, al confundirse una serie de variables entre sus características, protagonistas y objetivos. Coinciden, aunque no siempre, las aspiraciones autonomistas con la resolución política auspiciada por los intransigentes y con sus tratos de transformación social, todo bajo el mito de la federación. Lo cierto es que en el verano de 1873, desde el mes de julio, los cantones surgieron como un reguero, sobre todo por Levante, Murcia y Andalucía, convirtiéndose en un ingrediente de primer orden de la pendiente por la que resbalaba el régimen republicano. El movimiento cantonalista era la concreción maximalista del programa de los federales intransigentes de establecer de inmediato, por abajo y de forma directa, la estructura federal del Estado, sin esperar a que ésta se formulase orgánicamente desde las Cortes Constituyentes, sino configurándola sobre la federación de unidades más pequeñas en progresivo ascenso hacia la cúspide del Estado.
Así lo exponía un diputado intransigente: "El cantón es la consecuencia lógica de la república federal". Sirvió de argumento para los detractores, que identificaban la República con la violencia y el desorden. Los debates parlamentarios habían sido enconados entre los propios federales, durante el mes de junio: entre sectores de la dirección del partido y los intransigentes se consumó la ruptura, a partir de métodos irreconciliables de estructurar el federalismo, sin que la presidencia de Pi y Margall pudiera atemperar las posturas.
El 1 de julio de 1873 la minoría intransigente se retiró de las Cortes e invitó a la inmediata formación de cantones. La respuesta se dio, principalmente, en el arco mediterráneo y Andalucía, regiones de añeja implantación republicana, donde el partido había alcanzado confortables resultados electorales, desde las primeras elecciones a Cortes Constituyentes de enero de 1869. Desde Madrid, pues, se exhortó a la rebeldía regional y los intransigentes madrileños encontraron un eco amplificado en muchas localidades. En Madrid, a propuesta de Roque Barcia, y con la adhesión de la minoría intransigente en las Cortes, se formó un Comité de Salud Pública. Era una especie de directorio del federalismo intransigente, en contacto con los elementos revolucionarios de las provincias. Así, la revolución política a escala nacional estaba en marcha, y planificada desde Madrid, desplazándose diputados a diversas localidades para la sublevación y la proclamación de los cantones. Sin embargo, el intento de dirigir el movimiento federal acabó difuminándose y la iniciativa pasó a los revolucionarios locales. Un primer hecho a tener en cuenta, ya que la fragmentación del movimiento favoreció su posterior represión y control por parte del Gobierno.
El 12 de julio de 1873 se proclamó el cantón en Cartagena, el 19 en Sevilla, Cádiz, Torrevieja y Almansa; el 20 en Granada y Castellón; el 21 en Málaga; el 22 en Salamanca, Valencia, Bailén, Andújar, Tarifa, Algeciras, Alicante... El estallido cantonal se generalizó a partir de la caída del Gobierno Pi y Margall, el 18 de julio, quien se encontró en la disyuntiva de utilizar poderes delegados por las Cortes para sofocar la rebelión o practicar una política de persuasión y concesiones. En última instancia se quebraba la política de legalismo y se disipaban los intentos de construir una república federal sólida.
La trayectoria del cantonalismo corrió distinta suerte, aunque, en general, los cantones fueron sometidos muy pronto. Fracasó en localidades como Alicante o Béjar, y la mayoría de los cantones andaluces y levantinos fueron sofocados militarmente entre finales de julio y mediados de agosto. La excepción fue el cantón malagueño, en el que las propias autoridades locales se habían puesto al frente de la insurrección, prolongándose hasta el 19 de septiembre, y, sobre todo, el cantón de Cartagena, de trayectoria muy específica.
La sublevación cartagenera, aunque partió de la iniciativa federalista local, en la noche del 11 al 12 del julio, capitaneada por Manuel Cárceles, formaba parte del proyecto de insurrección generalizada. Allí se desplazaron inmediatamente para dirigir el movimiento y organizar la resistencia el diputado Antonio Gálvez y el general Contreras, militar de agitación y presidente de la Comisión de Guerra del Comité de Salud Pública formado en Madrid. Las condiciones de defensa en Cartagena eran más propicias: una fortaleza amurallada y una privilegiada situación orográfica, a lo que se sumó la adhesión de la marinería a la sublevación, lo que significaba contar con parte de los mejores navíos de la Armada. El objetivo revolucionario era esencialmente político, la descentralización, a través del federalismo popular frente al poder central, acompañado del ideario de reformas y medidas humanitarias defendidas por el federalismo durante el Sexenio. Se autocontempló como el centro de irradiación del federalismo intransigente a escala nacional. Así, el 27 de julio se constituyó en Cartagena un Gobierno provisional de la Federación española, presidido por Roque Barcia. Cartagena se convirtió, pues, en la sede de un movimiento que trascendía del localismo para intentar articular el Estado federal de abajo a arriba.
Durante el primer mes de sublevación, el cantón cartagenero trató de extender la insurrección a otras zonas próximas, por tierra en la expedición a Chinchilla, y por mar en localidades próximas de la costa. A partir de agosto la actitud es claramente defensiva, extinguido el resto de los cantones, frenando por mar el ataque de las fuerzas del Gobierno central -como hecho más significativo, la batalla del cabo de Palos-, y después por tierra. Tras frecuentes bombardeos de la ciudad, el cantón capitulaba el 12 de enero de 1874, con la entrada de las tropas del general López Domínguez.
En su libro Memoria y Comentarios sobre el sitio de Cartagena, publicado en 1877, cuenta así el general López Domínguez su entrada en Cartagena: "A la una del día entrábamos en la ciudad por la puerta de Madrid, atravesando las calles obstruidas con barricadas, deshechas por las fuerzas que nos habían precedido, con escombros de los edificios y casas derruidas por el fuego del sitio, con cuerdas rotas y materiales hacinados, presentando un triste y desolador espectáculo, que ponía de manifiesto los horrores por los que habían pasado los insurrectos de la plaza y sus desdichados habitantes, pues nada respetaron nuestros proyectiles, que a todas partes alcanzaban.
Llegados a la muralla del mar, formaron las tropas en columna, haciendo un largo descanso, y entramos en el palacio de la Capitanía general, donde recibimos a una comisión compuesta de los primeros y segundos jefes de los buques de guerra extranjeros, que habían seguido y presenciado las operaciones, la cual iba presidida por el viejo almirante inglés Yelverton, que montaba el Lord Werdem, capitana de la escuadra británica, el que nos felicitó en nombre de los allí presentes y de las naciones a que pertenecían..."
Aunque en el movimiento cantonal subyacen contradicciones y peculiaridades de índole local, fue protagonizado, en general, por ese conglomerado social heterogéneo compuesto de artesanos, tenderos y asalariados, las masas federales, que, de forma inmediata, directa y revolucionaria, intentaron trastocar el rumbo que el federalismo legalista y benévolo había imprimido a la República. Pero, a su vez, el componente social del cantonalismo tuvo límites imprecisos. En él participaron y se confundieron sectores de las clases trabajadoras que tenían su propia versión del federalismo, pero sólo en contadas excepciones protagonizaron la sublevación. En el movimiento cantonal estuvieron presentes obreros internacionalistas, a título individual y espontáneo, pero no por mandato de la organización.
Así, tomaron parte activa en Sevilla, Málaga, Granada y Valencia, pero los dirigentes internacionalistas no participaron directamente y muchas veces adoptaron una posición crítica. Marcharon a remolque de los federales intransigentes, al tiempo que ésos trataban de evitar que se les confundiera con internacionalistas, incluso frenando actitudes revolucionarias en lo social en algunas zonas. A la postre se les acabó asociando, sobre todo por las exageraciones de la prensa conservadora. En este contexto cabe destacar una excepción: el cantón de Sanlúcar de Barrameda, que fue iniciado por la sección local de la Internacional, destituyendo a las autoridades, pero su horizonte era la revolución social y no lo estrictamente cantonal.
El cantonalismo fue sofocado militarmente. Fue la política de Nicolás Salmerón, sucesor de Pi y Margall desde el 18 de julio, la que dio por terminados los métodos persuasivos de su antecesor. La República basculaba a la derecha. Las tropas enviadas a reprimir la sublevación cantonal procedían de los frentes carlistas. En realidad, el éxito inicial de algunos cantones se había producido por la debilidad de las tropas gubernamentales en aquellas regiones. Excepto en Cartagena, triunfó la rápida y enérgica acción de los generales encargados del sometimiento: Pavía, en Andalucía, y Martínez Campos, en Levante, quienes serán artífices del fin del régimen republicano, al año siguiente. Resulta paradójico que la legalidad republicana del Gobierno central fuera restablecida por generales monárquicos, lo que plantea, una vez más, la falta de instrumentos de poder propios de la República.